Raúl estaba en el tren compartiendo el mismo vagón que yo. Él leía, parecía muy concentrado en su lectura, pero no podía evitar que se le escapase alguna miradita de soslayo a mis piernas. Yo estaba sentada frente a él, leyendo también. Yo sí que parecía concentrada en mi novela, pero sólo lo aparentaba, estaba realmente pendiente de todos sus movimientos. De vez en cuando le miraba directamente a los ojos en el momento justo en el que yo sabía que mis piernas eran el centro de su retina… entonces él intentaba disimular pero ya era tarde, sabía que lo había pillado.
Decidí dar yo el primer paso, dejé mi libro, y me fui a tomar un café convencida de que no tardaría en seguirme. Efectivamente, allí estaba él acercándose con paso firme recorriendo el angosto pasillo. Cuando llegó a mi altura volví a mirarle, quería comprobar mi exitosa estrategia, pero, ¡joder!, pasó de largo. En la última película en la que vi esta escena le salía a la perfección a la protagonista… ¿en qué he fallado?.
En fin lo dejaré pasar, soy demasiado orgullosa como para intentarlo por segunda vez y lo suficiente vanidosa como para pensar que realmente no estaría mirando mis piernas sino tal vez descansando la vista después de varias páginas de lectura, a fin de cuenta yo estaba justamente enfrente. A decir verdad quizás hubiera reaccionado de la misma manera si la viejecita que dormitaba a mi lado, hubiera ocupado mi plaza. De todas las maneras lo que sí estaba es resuelta a descartar cualquier falta de sexapill en mí, no quedaba otra opción que sospechar que aquel estupendo cuarentón había abandonado el compartimiento para otro menester, y por Dios, espero que no fuera precisamente para ir al cuarto de baño, hubiera roto por completo todo el glamour de aquella escena.
Me armé de valor y le seguí. En ese momento entraba en otro vagón, pasé de largo y eché una mirada de esas de paso, como si no quisiera realmente observar nada, y me fijé, claro que lo hice y muy atentamente. Procuré guardar todos los detalles en mi memoria para analizarlos detenidamente después, como en esos concursos de televisión en los que te dan premio por recordar todos los objetos de una escena, ¡pues igual!. Y la vi, ella tendría unos 16 años, morena, delgada, sonrisa entre ingenua y sensual..., sin duda una típica lolita, pero algo me resultó extraño, estaban dándose la mano, la escena era un tanto convencional, fría, casi como si estuvieran en una oficina.
Volví a la cafetería, esta vez con la seguridad de que me hacía falta un café, una hoja y bolígrafo y algo de concentración para apuntar todos los detalles. Rebusqué en mi bolso, aparté los klinex, el estuche de lentillas, la barra de labios y allí detrás de las gafas de sol encontré mi anhelada agenda, ¡perfecto!. Di un sorbito al café, uhm para ser de tren estaba muy bueno, y comencé con la descripción: Raúl (claro) que aún no sabía su nombre esto ya lo contaré más tarde, cuarentón estupendo, moreno, alto, buen afeitado, buena colonia, zapatos limpios, manos grandes y cuidadas...en fin, creo que no hace falta continuar, ¿que más se puede decir?, Lolita (nunca supe su nombre), jovencita morena, delgada, con uñas cortas y esmalte rojo, pantalones vaqueros a la cadera, enseñando el piercieng del ombligo y algo del tanga, camiseta de tiras y mostrando las tiras del sujetador, tampoco creo necesario continuar... Pero lo peor, su mirada cándida, y ese medio apretón medio caricia en la mano de él. Volví a tomar otro buchito de café, estaba realmente muy concentrada en mi objetiva descripción, o por lo menos me parecía que era objetiva, cuando me tocaron levemente el hombro, ¡qué respingo pegué en la silla!, me dí la vuelta y era él, Raúl. Me quedé a cuadros, media tartamuda, sentí que mi cara pasaba de un suave tostado (mi maquillaje) a un rojo tomate de lo más inoportuno. Intenté mantener la calma, pero estaba claro que él era ahora el que me había pillado. Me sonrió y me preguntó si podía acompañarme con otro café. ¡Claro!.
Y estuvimos hablando, y otro café y después otro, así durante toda la tarde, me hubiera tomado veinte si hubiera hecho falta, pero no, no hizo falta al tercero yo estaba completamente enamorada, y él, él supongo que al menos interesado. Intenté sacar los temas de conversación más intelectuales, luego los más filosóficos, luego los más banales, al final nos quedamos cómodos ambos hablando de libros, del placer de su disfrute en solitario, y de la facilidad de soñar a través de ellos.
De repente reaccionó a la megafonía, habían anunciado su parada y debía irse. Aún conservo su aroma en mi cara al darme un beso de despedida, en la mejilla por supuesto. Venía de haber pasado unos días con sus padres, su madre había enfermado, y volvía a casa, su mujer le recogería en la estación. Estas fueron las dos últimas notas que tomé en mi agenda. Pero el beso en la mejilla prometía, prometía mucho, y él lo sabía.
Me quedé un rato pensativa, absorta, pedí esta vez una manzanilla, tanto café me había destrozado el estómago. Esbocé una sonrisa de triunfo, al final me eligió a mí, no era una jovencita pero estaba claro que sabía lo que quería. Levanté la vista y allí, sentada al otro extremo mirándome fijamente, estaba; la lolita. Joder no me lo podía creer, debía ser una casualidad. Ella sí que sonreía. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?. Tomaba una cocacola. Se levantó y caminó lentamente en mi dirección con la mirada fija, retándome (¿a qué?) y sin cortarse en absoluto pasó de largo.
¿Eran invenciones mías o esto había ocurrido tal como me lo parecía?. Volví a quedarme de nuevo absorta, pero era suficiente por hoy. La próxima parada era la mía, así que volví por mis cosas al vagón y bajé, contrariada, confundida, excitada.
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