miércoles, 18 de junio de 2008

Capítulo 1

Raúl estaba en el tren compartiendo el mismo vagón que yo. Él leía, parecía muy concentrado en su lectura, pero no podía evitar que se le escapase alguna miradita de soslayo a mis piernas. Yo estaba sentada frente a él, leyendo también. Yo sí que parecía concentrada en mi novela, pero sólo lo aparentaba, estaba realmente pendiente de todos sus movimientos. De vez en cuando le miraba directamente a los ojos en el momento justo en el que yo sabía que mis piernas eran el centro de su retina… entonces él intentaba disimular pero ya era tarde, sabía que lo había pillado.

Decidí dar yo el primer paso, dejé mi libro, y me fui a tomar un café convencida de que no tardaría en seguirme. Efectivamente, allí estaba él acercándose con paso firme recorriendo el angosto pasillo. Cuando llegó a mi altura volví a mirarle, quería comprobar mi exitosa estrategia, pero, ¡joder!, pasó de largo. En la última película en la que vi esta escena le salía a la perfección a la protagonista… ¿en qué he fallado?.

En fin lo dejaré pasar, soy demasiado orgullosa como para intentarlo por segunda vez y lo suficiente vanidosa como para pensar que realmente no estaría mirando mis piernas sino tal vez descansando la vista después de varias páginas de lectura, a fin de cuenta yo estaba justamente enfrente. A decir verdad quizás hubiera reaccionado de la misma manera si la viejecita que dormitaba a mi lado, hubiera ocupado mi plaza. De todas las maneras lo que sí estaba es resuelta a descartar cualquier falta de sexapill en mí, no quedaba otra opción que sospechar que aquel estupendo cuarentón había abandonado el compartimiento para otro menester, y por Dios, espero que no fuera precisamente para ir al cuarto de baño, hubiera roto por completo todo el glamour de aquella escena.

Me armé de valor y le seguí. En ese momento entraba en otro vagón, pasé de largo y eché una mirada de esas de paso, como si no quisiera realmente observar nada, y me fijé, claro que lo hice y muy atentamente. Procuré guardar todos los detalles en mi memoria para analizarlos detenidamente después, como en esos concursos de televisión en los que te dan premio por recordar todos los objetos de una escena, ¡pues igual!. Y la vi, ella tendría unos 16 años, morena, delgada, sonrisa entre ingenua y sensual..., sin duda una típica lolita, pero algo me resultó extraño, estaban dándose la mano, la escena era un tanto convencional, fría, casi como si estuvieran en una oficina.

Volví a la cafetería, esta vez con la seguridad de que me hacía falta un café, una hoja y bolígrafo y algo de concentración para apuntar todos los detalles. Rebusqué en mi bolso, aparté los klinex, el estuche de lentillas, la barra de labios y allí detrás de las gafas de sol encontré mi anhelada agenda, ¡perfecto!. Di un sorbito al café, uhm para ser de tren estaba muy bueno, y comencé con la descripción: Raúl (claro) que aún no sabía su nombre esto ya lo contaré más tarde, cuarentón estupendo, moreno, alto, buen afeitado, buena colonia, zapatos limpios, manos grandes y cuidadas...en fin, creo que no hace falta continuar, ¿que más se puede decir?, Lolita (nunca supe su nombre), jovencita morena, delgada, con uñas cortas y esmalte rojo, pantalones vaqueros a la cadera, enseñando el piercieng del ombligo y algo del tanga, camiseta de tiras y mostrando las tiras del sujetador, tampoco creo necesario continuar... Pero lo peor, su mirada cándida, y ese medio apretón medio caricia en la mano de él. Volví a tomar otro buchito de café, estaba realmente muy concentrada en mi objetiva descripción, o por lo menos me parecía que era objetiva, cuando me tocaron levemente el hombro, ¡qué respingo pegué en la silla!, me dí la vuelta y era él, Raúl. Me quedé a cuadros, media tartamuda, sentí que mi cara pasaba de un suave tostado (mi maquillaje) a un rojo tomate de lo más inoportuno. Intenté mantener la calma, pero estaba claro que él era ahora el que me había pillado. Me sonrió y me preguntó si podía acompañarme con otro café. ¡Claro!.

Y estuvimos hablando, y otro café y después otro, así durante toda la tarde, me hubiera tomado veinte si hubiera hecho falta, pero no, no hizo falta al tercero yo estaba completamente enamorada, y él, él supongo que al menos interesado. Intenté sacar los temas de conversación más intelectuales, luego los más filosóficos, luego los más banales, al final nos quedamos cómodos ambos hablando de libros, del placer de su disfrute en solitario, y de la facilidad de soñar a través de ellos.

De repente reaccionó a la megafonía, habían anunciado su parada y debía irse. Aún conservo su aroma en mi cara al darme un beso de despedida, en la mejilla por supuesto. Venía de haber pasado unos días con sus padres, su madre había enfermado, y volvía a casa, su mujer le recogería en la estación. Estas fueron las dos últimas notas que tomé en mi agenda. Pero el beso en la mejilla prometía, prometía mucho, y él lo sabía.

Me quedé un rato pensativa, absorta, pedí esta vez una manzanilla, tanto café me había destrozado el estómago. Esbocé una sonrisa de triunfo, al final me eligió a mí, no era una jovencita pero estaba claro que sabía lo que quería. Levanté la vista y allí, sentada al otro extremo mirándome fijamente, estaba; la lolita. Joder no me lo podía creer, debía ser una casualidad. Ella sí que sonreía. ¿Cuánto tiempo llevaba allí?. Tomaba una cocacola. Se levantó y caminó lentamente en mi dirección con la mirada fija, retándome (¿a qué?) y sin cortarse en absoluto pasó de largo.

¿Eran invenciones mías o esto había ocurrido tal como me lo parecía?. Volví a quedarme de nuevo absorta, pero era suficiente por hoy. La próxima parada era la mía, así que volví por mis cosas al vagón y bajé, contrariada, confundida, excitada.

Embelesada

Supongo que todos hemos probado alguna vez a quedarnos embelesados mirando hacia el cielo, tumbados en la playa o en un parque mientras dejamos que las nubes jueguen por encima de nuestras cabezas formando figuras a las que damos nombres: un barco, un conejo, un león que se termina convirtiendo en una pelota… Así me encontraba una mañana después de tomarme un café; embelesada. Son de esos momentos en los que me gusta dejar ir la imaginación y soñar... y soñé.

domingo, 15 de junio de 2008

Quiero ser escritora

Qué difícil es esto de intentar ser escritora.

Ya tengo portátil así que el camino está trazado, no hay excusas, aunque tengo que reconocer que en cuestión de medios y espíritu nadie me gana… es como cuando decido después de las vacaciones apuntarme en un gimnasio; al día siguiente ya estoy en la tienda de deportes comprándome un chándal, o como el día que decidí apostar por la natación; me compré un bañador de esos de nadadoras estupendo color amarillo y azul, que además me estilizaba tanto que llegué a preguntarme si necesitaba realmente nadar para mejorar la figura o simplemente comprarme más bañadores de estos.

En fin, a lo que iba que ya tengo portátil y efectivamente qué difícil es esto de escribir.

A mí en estos momentos lo que más me cuesta es tener tiempo para sentarme tranquila, porque la inspiración me llega con bastante facilidad, y no es chulería es así, pero todo lo demás que necesito está realmente difícil. Por ejemplo hoy, por fin estoy en una tarde de domingo descansada; acabo de despertarme de la siesta y le he dado de merendar a los niños. Tengo dos hijos una chica de 11 años y un bebé de 22 meses. En fin que su hermanita hoy dice que se lo lleva al parque a jugar un ratito, ¡y yo con la inspiración rondándome!.

Bien, me preparo un cafecito y abro el portátil… pero lo primero que tengo que hacer es limpiarlo, en casa todo el mundo lo usa por supuesto más que yo, así que la pantalla está llena de dedos y para eso soy muy maniática. Voy por el pañito especial que compré pero no está, alguien lo ha cogido de su sitio… mal empezamos. En fin después que todo está ok, y releo lo último que escribí para ponerme en situación, tocan el timbre: no me lo puedo creer son mis hijos, ¡pero si hace solo diez minutos que se han ido!.

Mi hija regresa a casa contándme apresurada ¡una gran idea! y quiere ponerla en marcha: va a dar una vuelta con su bici y como el peque aún no sabe montar en su triciclo ella propone atar con una cuerda ambas bicicletas y así podrían correr los dos. ¡Joder, menos mal que le dio por consultármelo primero!.

Tuve que preparar un simulacro y todo porque ella quería estar totalmente convencida de que aquel experimento no era precisamente “seguro” para el bebé. Así que tuve que sacar una cuerda del trastero y atar las dos bicis… y... ¡efectivamente el peque casi rueda por el suelo!. Finalizada la prueba estratégica, quedó convencida que por ahora se limitaría sólo a empujarlo con suavidad y regresaron al parque.

Yo también regreso a mi portátil y hago cuentas, supongo que solo me queda media hora hasta que el timbre vuelva a sonar. En estas condiciones no sé muy bien dónde está la inspiración que me rondaba al levantarme de la siesta… y entre que releo las últimas páginas y me concentro en la continuación… efectivamente el timbre volvió a sonar, esta vez ni siquiera acerté con la media hora, solo han pasado veinte minutos… el pequeño se ha caído y se ha hecho un pequeño rasguño que hay que lavar y curar y después darle mimitos.

En fin que termino por quedármelo y contarle un cuento, el de caperucita que le gusta mucho. María me mira con el rabillo del ojo preguntándose si podrá volver al parque: - ¡sí claro vete con tus amigos!

Ahora comprendo cuando me digo a mí misma, que esto de escribir es muy, muy complicado. ¡Probaré el domingo que viene!

sábado, 14 de junio de 2008

Quién soy

Me encanta ser Sonia.

Estoy algo nerviosa, ¡es mi primer día de blog!; es como salir a escena. Siento un grupito de mariposas revoloteando a mi alrededor; ¡es fantástico que con solo dos líneas ya empiece a sentir emociones!.

Tengo 34 años, y quizás seguiré para siempre con 34. Estoy también encantada con esta edad, la suficiente para haber vivido muchos momentos, algunos contaré aquí... otros los imaginaré... aún estoy a tiempo para vivirlos.